martes, 24 de julio de 2018

JESÚS QUEER

“Entre tanto, llegaron la madre y los hermanos de Jesús, pero se quedaron fuera y mandaron llamarle. La gente que estaba sentada alrededor de Jesús le avisó: - Tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan. Él les contestó: - ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, añadió: - Estos son mi madre y mis hermanos. Todo el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Marcos 3, 31-35)


Este fragmento del evangelio de Marcos forma parte de una de las fuentes más antiguas de los evangelios, la llamada “de los dichos de Jesús”. El mundo académico bíblico considera esta fuente como uno de los estratos más primitivos de la tradición de Jesús[1]; es decir, estos “dichos” constituyen lo más lejos que podemos llegar en la búsqueda del Jesús más auténtico[2], menos adulterado por las influencias menos radicales y más acomodaticias de las comunidades redactoras de los textos del Nuevo Testamento.
Quien haya leído hasta aquí se debe estar preguntando si tiene en sus manos “Gehitu Magazine” o el último número de la revista de la Facultad de Teología de Deusto. Mi intención, amable lector, amable lectora, es acercar a la comunidad LGTBIQ una visión distinta del cristianismo y de Jesús. Muy distinta de la que suelen dar las jerarquías más fundamentalistas de las iglesias, ya sean de tradición católica o reformada, que de todo hay en la viña del Señor.

Jesús, las iglesias y la familia
Así pues, volvamos a las palabras de Jesús y veamos qué dice y sobretodo, en qué consideración tiene a su familia. A mí también me ha llegado el chascarrillo de la familia de Jesús, con una madre soltera y una paloma. Hoy quisiera escapar del chascarrillo fácil y centrarme en lo que (muy probablemente) dijo Jesús de la familia, de su familia. Su madre y sus hermanos y hermanas van a buscarle porque les preocupa lo que dice Jesús y su estilo de vida, siempre rodeado de lo más bajo a la luz de la sociedad judía de la época: mujeres, prostitutas, colaboracionistas, enfermos, gente impura, extranjeros y extranjeras… Y la respuesta de Jesús, como hemos visto, es renegar de su propia familia y crear otra estructura familiar, una familia nueva, formada por aquellos y aquellas que “hacen la voluntad de Dios”.
No es ésta la única vez que Jesús pone a parir a “la familia”. Cabe recordar al joven que quiere ir a enterrar a su padre (¡obligación sagrada para un judío!) y Jesús le contesta que deje que los muertos entierren a sus muertos[3]. O cuando invita a seguirle a los primeros apóstoles, que “dejan a su padre en la barca” y siguen a Jesús[4]. O aún una frase mucho más radical “El que no odie padre y madre no puede ser mi discípulo; y el que no odie hijo e hija no puede ser mi discípulo”[5].
Paradójicamente, cuando los gerifaltes de las distintas iglesias sermonean sobre la familia tradicional, la familia “que Dios quiere”, olvidan estas duras palabras y actitudes de Jesús sobre la familia. Aquí llegamos a la primera idea que me gustaría transmitiros. Generalmente las religiones (y el cristianismo en particular) hablan mucho más de cultura que de experiencia trascendente. Cuando dictan normas, cuando excluyen, cuando “premian” y “castigan”, lo hacen movidas por conceptos y esquemas humanos, que intentan justificar en base a escritos sagrados o a revelaciones divinas. Para hacerlo suelen recoger aquellos fragmentos que convienen a sus concepciones sociales, y suelen olvidar, borrar o tergiversar aquellas palabras “divinas” que no concuerdan con lo que quieren condenar o mostrar como ejemplar.
Así pues, las jerarquías de la mayoría de iglesias cristianas suelen considerar que las llamadas “familias tradicionales” son las únicas bendecidas por Dios, por las escrituras y por Jesús. Y además tienen la desfachatez de afirmar que las otras familias, las familias LGTB por ejemplo, estamos “fuera del designio divino”. Cuando hacen esto suelen ignorar las palabras y las prácticas de Jesús respecto a esta “familia tradicional”. Porque además de los dichos de Jesús que hemos leído más arriba está la misma práctica de Jesús. No olvidemos que para la sociedad judía de la época un hombre sin mujer y sin hijos era un fracaso y una vergüenza para los suyos. Y Jesús no sólo no tuvo mujer e hijos, sino que propuso una familia alternativa: la de aquellos y aquellas que le seguían por los caminos de Galilea, intentando traer el Reino de Dios a la tierra.

Jesús el outsider, fuera de lugar
Pero aún hay más. Por lo que conocemos de los evangelios, Jesús no se limita a poner en jaque a la familia con sus palabras y sus actos, sino que pone en jaque muchas más cosas. Consideremos, por ejemplo, el lugar en el que se sitúa. Normalmente está en caminos o descampados, que son exponentes típicos de “no-lugares”. Pocas veces entra en los núcleos urbanos. (Sólo llegará a la ciudad de Jerusalén al final de su viaje, para terminar ajusticiado como un marginal: en la cruz). Nunca se habla de “su casa”. Es más, incluso llega a decir “Las zorras tienen cuevas y las aves nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza”[6]. Estamos ante un descastado, un marginal, un asocial, un radical. Si me permitís el anacronismo, estamos ante un queer/cuir: Dice Lucas Platero que “la perspectiva queer…supone un cuestionamiento, una mirada crítica que se fija en los procesos de apropiación y descontextualización de los fenómenos que nos afectan, y que a menudo no tienen ni nombre”[7].
En efecto, Jesús vive rodeado y relacionándose con todo aquello que supone estar fuera de su sociedad. Ya lo hemos dicho, pero insistamos. Las mujeres y los niños eran consideradas personas sin derechos en la sociedad de su época. Y Jesús no sólo habla con ellos y ellas, sino que llega a ponerles como ejemplo: “Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos”[8]. En muchas ocasiones, sus mismos discípulos se extrañan de que hable con una mujer, ¡y extranjera![9].

Jesús, la impureza y lo raro
Capítulo aparte merece la actitud de Jesús respecto a la impureza. Las leyes judías eran terriblemente estrictas con lo que consideraban impuro: la sangre menstrual, las enfermedades, las mujeres públicas, los cadáveres, los extranjeros, etc. Y Jesús no tiene ningún reparo en relacionarse con todas estas personas. Lo primero que hace es romper la norma (relacionarse con algo impuro suponía un ritual largo y farragoso para volver a la pureza). Y lo segundo es eliminar la causa de la impureza y devolver la dignidad a la persona afectada. Son muchos los ejemplos de ello a lo largo de los textos evangélicos. Hay un amplio consenso entre los y las biblistas en que estas narraciones no hablan tanto de curaciones y reanimaciones de cadáveres como de la actitud de Jesús ante la marginación y la injusticia. Hablan del amor profundo de Jesús por cada persona que encontraba en su camino, fuera o no impura. Y si la sociedad la consideraba impura, la palabra y el gesto de Jesús la reintegraba a la dignidad.
Pero donde Jesús es plenamente queer es en su relación con otras personas de su época que podríamos considerar también queer. Me refiero a los eunucos y a otras personas con una sexualidad no normativa. En Mateo 19, 12 Jesús habla de los eunucos a causa del Reino de los cielos. En su sociedad, un eunuco era un hombre que no era hombre, que no se casaba, un hombre con ninguna dignidad. Y Jesús (como hace con los pecadores y los recaudadores de impuestos) los coloca en el camino del Reino.

Jesús y el amante del centurión
Por lo que respecta a otras personas queer  o con sexualidad no normativa, me gustaría detenerme un momento en el episodio del criado del centurión. Un episodio tan importante que ha legado una de sus frases a la celebración de la eucaristía: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa…”. Encontramos la narración en Mateo (8,5-13) y en Lucas (7,2-10). La versión original griega utiliza las palabras “pais” (Mateo) o “doulos” (Lucas). Las traducciones al castellano hablan de “asistente” o de “criado”. Los estudios antropológicos e históricos nos dicen que normalmente los centuriones mantenían una relación afectiva y sexual con sus asistentes o criados. Por lo tanto, cuando Jesús aceptó ir a casa del centurión para curar a su amante, estaba transgrediendo la norma por partida doble: se relacionaba con un extranjero invasor y a la vez con alguien impuro por su relación homoerótica. Además Jesús pone como ejemplo al centurión por su fe. Un análisis más pormenorizado de estas narraciones nos hace apreciar el movimiento que subyace en ellas: encontramos una acumulación nada usual de verbos que denotan movimiento (enviar, ir, venir, volver, entrar, salir…). También podemos ver cómo el centurión quiere evitar que Jesús entre en su casa, una casa impura, por los problemas que podría acarrearle con los guardianes de la moral, que estaban buscando una ocasión para condenarle. Así la famosa frase que se dice antes de la comunión cobra un significado más queer si cabe…
Con esta pequeña incursión en los dominios del Jesús más transgresor, más gamberro, más queer, ¿qué estoy queriendo decir? Y es más, ¿por qué lo estoy contando en una publicación LGTBIQ? En lo que queda de artículo voy a intentar contestar a estas preguntas. Y dejo para otro día una incursión en lo que pasó después de la cruz desde el punto de vista queer.

La falsedad de la familia tradicional
En primer lugar he querido poner de manifiesto la falsedad de la reivindicación de la familia tradicional basada en fundamentos cristianos o evangélicos. El discurso más auténtico de Jesús es radicalmente liberador para las mujeres y radicalmente crítico con las estructuras familiares patriarcales y opresoras de su época. En otra ocasión podríamos analizar otras voces del Nuevo Testamento, como Pablo, que son radicales en su inicio y que van transformándose en acomodaticias y claramente conservadoras a menudo que pasan los años y van siendo sustituidas por personas o comunidades más asentadas en el Imperio[10].
Así pues las proclamas a favor de la familia tradicional que difunden con tanto ahínco los medios cristianos y sus jerarquías se corresponden más con sus prejuicios y estereotipos que con las palabras y las obras de Jesús de Nazaret, de quien se consideran herederos.
En segundo lugar, creo que la comunidad LGTBIQ puede (y debe!) reivindicar su derecho a seguir a Jesús, sin exclusiones. Es evidente que a lo largo de la historia los y las seguidores de Jesús se han esforzado (y lo han conseguido!) en apartarnos, en perseguirnos y en marginarnos, como si Jesús mismo lo hubiera hecho. Nada más lejos de la realidad. No hay ni una sola palabra de Jesús que condene o desprecie a las personas con diversidad sexual o de identidad de género. Entre otras cosas porque la vivencia de la diversidad sexual en la época de Jesús no era en absoluto comparable con nuestra vivencia. Pero en estas líneas hemos visto cuál fue la actitud de Jesús con las personas o con las familias diversas. Y no tiene nada que ver con la que tienen algunos de sus seguidores en la actualidad. Por lo tanto, desde la comunidad LGTBIQ no debemos cesar de poner de manifiesto esta impostura de algunos de los seguidores actuales de Jesús.

¿Qué hacer y cómo hacer?
Y llegamos al final. Y esto, ¿cómo se hace? Si estas actitudes excluyentes de algunos seguidores de Jesús pertenecen al campo de los prejuicios y los estereotipos, debemos saber tratar con ellos. La teoría nos dice que para desmontarlos debemos saber ponernos en el lugar de quienes los utilizan. Por otra parte que la visibilización y el contacto son elementos que disuelven prejuicios y estereotipos. Todos los estudios sobre LGTBfobia concluyen que los índices más altos se encuentran en personas y colectivos que no tienen ningún contacto con personas LGTBI, además de en personas con disfunciones mentales y sociales. Mi experiencia propia me dice que a más visibilización y más contacto baja la exclusión y el rechazo de las personas LGTBI en las comunidades cristianas.
Queda pendiente una cuestión. ¿Por qué hay dirigentes y comunidades cristianas que a pesar de conocer de cerca a personas LGTBI persisten en sus actitudes de marginación, de exclusión y de rechazo? Conozco personalmente a algunos obispos católicos. He hablado con ellos de este tema. Reconocen que tienen amigos y amigas LGTB y conocen a mi fantástica familia queer: mi marido y nuestros tres hijos. Pero son incapaces de levantar su voz o de escribir algo que reconozca esta realidad. Creo que el dogmatismo y la verticalidad de la iglesia católica deben tener algo que ver. Lo de “quien se mueva no sale en la foto” no es exclusivo de algunos partidos políticos. En el campo reformado hemos asistido en los últimos meses a auténticos aquelarres que han expulsado y marginado a las comunidades más inclusivas, desgraciadamente, tal como ha hecho el Consejo Evangélico de Madrid expulsando a la Iglesia Evangélica Española (la más antigua del estado!) por su acogimiento a las personas LGTBI.
Y para terminar, no puedo dejar de mencionar la campaña que algunos fundamentalistas (tanto católicos como protestantes) han orquestado contra las leyes antidiscriminatorias que algunas comunidades y el estado han aprobado o están tramitando. Una campaña basada en la libertad religiosa, precisamente. Ni que decir tiene que creo que la libertad religiosa no lo debe permitir todo. ¿O es que si hubiera una comunidad religiosa que considerara que las personas de raza no blanca no tienen los mismos derechos o deben ser marginadas, lo admitiríamos por la libertad religiosa?
La comunidad LGTBI debe diseñar estrategias de contacto y de visibilización para desactivar los estereotipos y los prejuicios de algunas comunidades cristianas. A nivel personal reconozco que no siempre tengo la paciencia suficiente para hacerlo y que a menudo opto por un buen exabrupto o una acción contundente de protesta. Pero creo que es necesaria una planificación y una coordinación detallada para hacer frente a las comunidades fundamentalistas, cada vez más sibilinas y utilizando para sus argumentos la defensa de las libertades.
Tanto en la Associació Cristiana de Lesbianes, Gais, Transsexuals i Bisexuals de Catalunya (ACGIL) como en tantas comunidades inclusivas estamos en ello.
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 (Publicado en la Revista GEHITU núm.99)



[1] G.Theissen – A.Merz, El Jesús histórico, Sígueme, Salamanca 1999
[2] H.Moxnes, Poner a Jesús en su lugar, Verbo Divino, Estella 2005
[3] Lucas 9,59-60
[4] Marcos 1, 19-20
[5] Lucas 14,26
[6] Lucas 9,58
[7] R.Lucas Platero et al (Eds.), Barbarismos queer y otras esdrújulas, Bellaterra, Barcelona 2017, p.13
[8] Marcos 10,14
[9] Juan 4, 5-30
[10] J.D.Crossan, M.J.Borg, El primer Pablo; Verbo Divino, Estella 2009
1 G.THEISSEN – A.MERZ,
El Jesús histórico
, Sígueme, Salamanca 1999
2 H.MOXNES,
Poner a Jesús en su lugar
, Verbo Divino, Estella 2005
3 Lucas 9,59-60
4 Marcos 1, 19-20
5 Lucas 14,26
6 Lucas 9,58
7 R.LUCAS PLATERO ET AL (EDS.),
Barbarismos queer y otras esdrújulas
, Bellaterra, Barcelona 2017, p.13
8 Marcos 10,14
9 Juan 4, 5-30
10 J.D.CROSSAN, M.J.BORG,
El primer Pablo
; Verbo Divino, Estella 20
El Jesús histórico
, Sígueme, Salamanca 1999
2 H.MOXNES,
Poner a Jesús en su lugar
, Verbo Divino, Estella 2005
3 Lucas 9,59-60
4 Marcos 1, 19-20
5 Lucas 14,26
6 Lucas 9,58
7 R.LUCAS PLATERO ET AL (EDS.),
Barbarismos queer y otras esdrújulas
, Bellaterra, Barcelona 2017, p.13
8 Marcos 10,14
9 Juan 4, 5-30
10 J.D.CROSSAN, M.J.BORG,
El primer Pablo
; Verbo Divino, Estella

lunes, 5 de junio de 2017

UN NUEVO ENEMIGO: LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO

Desde hace unos años las palabras "ideología de género" resuenan en los pasillos y los documentos vaticanos. Al parecer, los jerarcas y los burócratas de la iglesia católica y de algunas iglesias fundamentalistas protestantes consideran esta pretendida "ideología" como el origen de todos los males, presentes y futuros, tal como lo fueron en su momento el modernismo ("san" Pío X), el comunismo ("san" Juan Pablo II) o el relativismo (Benedicto XVI). 

Hay que decir primeramente que si se busca información sobre la "ideología de género",  sólo se encontrará en documentos vaticanos o de iglesias fundamentalistas. Lo que se encontrará en fuentes académicas de la sociología es el término "teoría de género". Y ¿qué es?  Pues un conjunto de sociólogas anglosajonas encabezadas por Judith Butler (¡el capítulo de "Merlín" dedicado a ella puede ser una buena introducción!) se dan cuenta, a mediados de los años 90 del siglo XX, que muchas de las características del sistema heteropatriarcal no son más que construcciones sociales.

Quiero decir que frente al discurso de que las cosas (en cuanto a hombres y mujeres y al rol que jugamos en la sociedad) son así porque lo marca la biología o la genética, o incluso el "sentido común", las investigadoras de la "teoría de género" demuestran su falsedad. Demuestran que en realidad nos vamos construyendo, nos van construyendo, como hombres o como mujeres por medio de multitud de dispositivos. Algunos muy evidentes: ¿por qué ante una criatura de quien desconocemos el género actuamos de forma tan diferente si nos dicen que es un niño o si nos dicen que es una niña? ¿Por qué en los materiales escolares hay unos roles de género tan estereotipados? Algunos dispositivos de construcción del género son mucho más sutiles y retorcidos, como por ejemplo las manipulaciones en los trabajos científicos que demuestran la diversidad sexual y de género del reino animal. 

Y es que nuestros hombres vaticanos les descoloca tanta variedad y diversidad. Porque sus gafas de leer los textos sagrados y la realidad que les rodea también están construidas socialmente, en su caso por el heteropatriarcado. Son incapaces de ver y de apreciar las maravillas de la obra diversa y variada de Dios. Y entonces es cuando dicen que según qué cosas "no forman parte del designio divino" (lo han dicho de las parejas homosexuales, por ejemplo). Y entonces es cuando se inventan un nuevo enemigo a abatir: "la ideología de género". 

Creo que entre todos y todas les podríamos ayudar a buscar otras gafas. ¿No creéis? 

jueves, 10 de marzo de 2016

OBISPOS Y PROFESORAS DE MÚSICA


Una de las cosas que más recuerdo de mi experiencia como director de una escuela de música es la lucha por eliminar los exámenes y sustituirlos por audiciones públicas. Cuando creía que lo habíamos conseguido, descubrí con estupor cómo un grupo de profesoras organizaba exámenes clandestinos. No podían dejar su rol de juez, detrás de una mesa, siguiendo la pulsación de las obras que interpretaban los alumnos con golpecitos de lápiz en la mesa, y haciendo algún guiño de reprobación cada vez que las pobres criaturas se equivocaban en alguna nota.

Este hecho me ha venido a la memoria a raíz de la actitud del nuevo obispo de Barcelona y del mismo obispo de Roma respecto a las personas homosexuales o a las divorciadas vueltas a casar. Como las “profes” de mi escuela de música, los dos jerarcas querían fingir que los tiempos habían cambiado y que aceptaban las audiciones públicas en lugar de la tortura de los exámenes. El discruso de la misericordia vendría a ser como una audición en la que había una vivencia conjunta de los intérpretes y los espectadores, en la que nadie juzga a nadie y se crea una comunión artística.

Pero tras el discurso surge la naturaleza verdadera. Como las “profes”, los dos obispo no pueden evitar retomar su papel de juez, y tanto el uno como el otro invitan a las personas divorciadas o a las homosexuales “a pedir perdón y pasar por el confesionario”. Pero en el caso de las personas divorciadas, en un súmmum de cinismo, ni así pueden acercarse a comulgar.

Las nuevas generaciones de enseñantes de música tienen claro que los exámenes son una tortura innecesaria. Quiero creer que las nuevas generaciones de jerarcas cristianos llegará algún día en que se creerán de verdad aquello de “misericordia quiero y no sacrificios”, y que serán capaces de considerar a las personas homosexuales o a las divorciadas vueltas a casar como personas que amamos, hijos e hijas maravillosos de Dios. Pero mientras no llegan ahí, pasará como con los alumnos de música, que han huido en desbandada de un sistema de enseñanza basado más en el error que no en la vivencia jubilosa de la música. ¿Cuántas personas tendrán que huir de nuestras iglesias, o habrán de permanecer dolorosamente en ellas hasta que no lleguen las nuevas generaciones de jerarcas?


Los discursos y los “jubileos de la misericordia” no sirven de nada si no cambiamos el trasfondo. Tal como dice Laurence Freeman, el monje benedictino animador del movimiento de la Meditación Cristiana, “aprendemos repitiendo las prácticas que vemos, no los sermones que escuchamos”.

viernes, 15 de enero de 2016

MISERICORDIA E IGLESIA SON NOMBRES DE MUJER




El obispo de Roma decía a los religiosos y religiosas de Cuba: "Donde hay misericordia está el espíritu de Jesús. Donde hay rigidez hay sólo sus ministros ". Esto era domingo 20 de septiembre.

El día antes tuve el placer de participar en la celebración de la bendición de la nueva abadesa del monasterio de Sant Benet, en Montserrat. Ya desde antes de empezar saltaba a la vista la diferencia entre las monjas, por un lado, y los curas que iban llegando para concelebrar. No diré misericordia, pero si proximidad, espontaneidad y acogimiento cálido por parte de las monjas. Y una cierta rigidez y envaramiento por parte de los hombres.

En el presbiterio de Montserrat se hizo patente nuevamente la imagen que dio la vuelta al mundo, cuando el anterior obispo de Roma presidió la consagración de la Sagrada Familia: un numeroso grupo de hombres de edad provecta adornados con todo tipo de signos de poder (gorras, sombreros, vestidos largos y llamativos, bastones ...) y las mujeres, que oportunamente vestidas de negro, aparecieron para servir, para limpiar el altar del aceite que había derramado el señor mayor más poderoso.

Es verdad que las mujeres en Montserrat ocupaban mayoritariamente el coro y el presbiterio, pero su papel fue de testigos pasivos de lo que ejecutaron los hombres. ¡Y los gestos! La nueva abadesa se postró a los pies del obispo y le prometió obediencia. Sin sumisión no había bendición. Una buena amiga teóloga me hacía notar al salir que los únicos que ocuparon el espacio y caminaron procesionalmente fueron los hombres, y las tres monjas, que a mí me hicieron la impresión de avanzar hacia el patíbulo. Las otras mujeres, la comunidad a la que debía servir la abadesa, esperaron sentadas en su lugar. No sea que ocuparan demasiado espacio simbólico si llegaban en procesión (eran más ellas que los hombres).

El futuro es mujer. El futuro de la iglesia también. Los hombres haríamos bien en abandonar las dinámicas de poder, las rigideces y los envaramientos, que ya hemos visto qué resultado han dado, al mundo y a la iglesia. Miremos la fuerza de la proximidad, la ternura, la calidez y la acogida profunda que nos ofrecen las mujeres. Y, como dice la regla de San Benito, todos juntos, "con el corazón ensanchado, corramos por la vía de los mandamientos de Dios en la inefable dulzura del amor".

domingo, 18 de octubre de 2015

Homilía en las ordenaciones de Javier, Fernando, Daniel y Koldo





Zaragoza, 12 de octubre de 2015

Jn 15, 18-27

“Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mi primero”. Y así el verbo odiar sale hasta ocho veces en el texto que acabamos de proclamar. Cuanto odio, no?
Creo que debemos tener presente que cuando el redactor de este texto estaba escribiéndolo se habían desencadenado las persecuciones contra las comunidades cristianas. Y las comunidades de Juan estaban asustadas y perplejas. “Nuestro entorno nos odia”, “el mundo nos odia”, “¿qué hemos hecho para merecer esto?”, como diría Almodóvar. De ahí que el redactor ponga en boca de Jesús todo este discurso: No estamos solos, porque a Jesús también le odiaron.
Él, Jesús, nos eligió “de entre los que son del mundo y por eso el mundo os odia, porque ya no sois del mundo”. El primer significado, el más diáfano, es que el mundo son los que nos persiguen, como le persiguieron a Él. Pero ahondemos un poco más. Nosotros formábamos parte del mundo hasta que llegó Él y nos eligió, y nos sacó de ahí. De dónde, exactamente? Y lo que quizás sea más importante para nuestra celebración de hoy, hacia dónde? Si ya no somos del mundo, de quién somos?
En el catecismo nos enseñaban que los tres enemigos del hombre eran “el mundo, el demonio y la carne”. Y a lo largo de nuestra vida en la iglesia hemos leído y escuchado auténticas barbaridades sobre lo que significa combatir a estos tres enemigos. Y también hemos podido escuchar y leer auténticas barbaridades sobre las personas a quienes se encomienda un ministerio, como hoy vamos a hacer con vosotros, y sus “cualidades” que les hacen estar fuera del mundo. Como si por el solo hecho de imponerles las manos pasasen a ser una especie de personas de un nivel superior al del común de los mortales.
Así pues, hoy, antes de encomendaros el ministerio del presbiterado, me gustaría reflexionar con vosotros sobre qué entiendo por “mundo”, este mundo que a partir de ahora os va a odiar un poco más, tal como odió a Jesús.
El sacramento que hoy celebramos, como todos los sacramentos, no es otra cosa que un signo visible del amor incondicional de la divinidad sobre todos nosotros y nosotras. Hoy se va a manifestar este amor inmenso sobre vosotros, para apartaros del mundo y haceros instrumentos privilegiados de la misericordia divina.
Qué dejamos atrás, pues, con el mundo, “sus obras y sus pompas”, como repetimos tantas veces en la profesión de fe? Veamos.
En primer lugar, dejamos atrás los criterios inhumanos, paganos y las consignas contrarias a la dignidad de las personas. El mundo que criticó Jesús de los escribas y fariseos, de los grandes sacerdotes, de los prepotentes de la religión y de la política. Un mundo que deshumaniza a las personas, a la sociedad y a la religión. El mismo mundo que asesinó a Jesús calvándolo en la Cruz.
En segundo lugar, dejamos atrás el mundo de los juicios y las condenas. Porque vamos a amar radicalmente, como Dios nos ama, como Jesús amó, a las personas pecadoras, a las marginadas, a todas aquellas que son consideradas escoria. Porque en ellas está el Reino que anunciaba Jesús. Porque, como Él mismo decía, “no he venido a para condenar al mundo, sino para salvarlo” (Jn 12,47).
Fijémonos pues en que el odio de que hablábamos al principio es unidireccional: del mundo hacia nosotros, como lo fue del mundo hacia Jesús. Él denunció la hipocresía y la inhumanidad (sin odiarla) pero amó profundamente a aquel mundo que le odiaba.
En tercer lugar, dejamos atrás el mundo de lo inmanente, de lo establecido, del cálculo, de la ciencia exacta. Porque nos ponemos en manos de lo inesperado, de lo trascendente, de lo gratuito, de todo aquello que no se puede medir. Porque nos sorprenderemos cada día, cada hora, cada minuto, con las maravillas que Dios nos pone delante. Porque para la divinidad todo es posible.
Finalmente, dejamos atrás el mundo del orden y de la mesura, el mundo de lo respetable, el mundo de lo previsible. Porque con Jesús nada es ordenado ni mesurado, nada es respetable, nada es previsible. Recordemos las palabras del Apocalipsis: “Ya hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5).
Con todo ello habréis visto que dejamos atrás el mundo establecido para entrar en el mundo divino, el mundo de Jesús, “un mundo raro”, como dice el bolero.
Supongo que a estas alturas a nadie se le escapa que lo que estoy describiendo no es otra cosa que un mundo profundamente “queer”. Muchos de vosotros me habéis oído hablar de ello alguna vez. “Queer” es esa palabra que en el mundo anglosajón significaba “torcido” o “rarito”, y que los movimientos de liberación gay de los ochenta utilizaron de forma orgullosa y reivindicativa para denominar todo aquello que les caracterizaba en contraste con la sociedad que querían cambiar. Lo que era un insulto o un término peyorativo sería a partir de ahora una palabra de liberación. “We are here and we are queer. Get used to it”, “Estamos aquí y somos queer, acostúmbrate a ello” gritaban por las calles. Somos los “torcidos” y los “raritos”, y queremos torcer y remover vuestra sociedad tan previsible, tan hipócrita, tan estructurada, tan dominada por las estructuras de poder.
Y para mí no hay ninguna duda de que el mensaje, la vida y la obra de Jesús es una iniciativa profundamente “queer”, profundamente “rarita” y “torcedora” del mundo establecido por el poder, la hipocresía, la dominación y la injusticia.
Porque efectivamente, Juan pone en boca de Jesús una frase que va dirigida a todas nosotras: “el mundo os odia porque ya no sois del mundo”. Cada uno de nosotros ha dejado atrás el mundo de la hipocresía de los escribas y los fariseos, el mundo del poder de los  grandes sacerdotes y de los prepotentes de la religión y de la política, el mundo de los que juzgan y condenan, el mundo de los calculadores y mesurados, el mundo de los respetables, los previsibles. Y como lo hemos dejado atrás, este mundo nos odia. Somos y queremos ser los “raritos”, los que cuestionan y tuercen la dinámica mundana. Porque no queremos ser de este mundo. Porque hemos visto al Señor y al mundo nuevo que vino a establecer entre nosotros.
Este mundo nuevo, el Reino, ya está entre nosotros. Y nuestra tarea, no sólo de los ministros ordenados sino de todas las personas que nos consideramos seguidoras de Jesús, es hacer presente este mundo nuevo con nuestras acciones. La palabra, el discurso, la predicación es importante, pero sin acción, sin denuncia profética, quienes nos rodean no van a ver nada.
Somos y queremos ser “raros”, porque con nuestra palabra y con nuestra vida demostramos día a día que nada es previsible, que todo es nuevo. Y para ello tenemos con nosotros al “defensor, el Espíritu de la verdad” que Jesús envió a sus amigos y que a través de los sacramentos todos nosotros hemos recibido.
Todo ello va a hacer que “nos persigan”. Pero tenemos a aquel a quien persiguieron, clavaron a una cruz y mataron que va delante nuestro, y a quien el Padre “levantó de entre los muertos”.
Ánimo, pues, porque el camino que iniciasteis con el Bautismo sigue adelante, acompañados de una multitud de santos y santas, conocidos y desconocidos, que a lo largo de los siglos nos han precedido, y que dentro de un momento vamos a invocar.
Dejadme terminar estas palabras con un fragmento de un delicioso libro de Blai Bonet, “Evangelio según uno de tantos”. El autor imagina que Jesús habla con un joven que está al pie de la cruz. Le dice Jesús: “Todo es posible, menos ponerte públicamente de mi parte sin que te pase nada. Si no te pasa nada es que de tu vida haces prudencia, cálculo de probabilidades… Mírame: verás que la paz no tiene nada que ver con la tranquilidad…”
Que así sea!


jueves, 1 de octubre de 2015

UNA FILIAL SÚPLICA PARA QUE FRANCISCO ABANDONE EL EVANGELIO


Casi medio millón de cristianos y cristianas de todo el mundo han dirigido a principios de agosto una “filial súplica” al papa Francisco para que lxs católicxs divorciadxs y vueltxs a casar civilmente sean excluídxs de la comunión eucarística y para que se reafirme en que las uniones de personas del mismo sexo “son contrarias a la ley divina y a la ley natural”. Encabeza la “filial súplica” el cardenal Burke, a quien podemos ver en la ilustración que acompaña este escrito.

Como casi siempre que topo con reacciones de esta calaña, lo primero que me viene a la cabeza es preguntarme qué hubiera hecho Jesús, qué hubiese dicho, cómo hubiese actuado. Y me llegan al corazón el torrente de palabras y de hechos de misericordia y de amor incondicional que relatan los evangelios. Y entonces quiero imaginar que los firmantes de la “filial súplica”, con el señor de la cola en cabeza, deben recordar, cando firman este tipo de escritos o hasta incluso cuando se manifiestan por las calles de algunas ciudades, las pocas palabras de condena que algunos escritos evangélicos ponen en boca de Jesús.

¿A quién seguimos, las personas que nos consideramos cristianas? ¿Al Jesús rompedor, radical y lleno de amor y misericordia o al Jesús de los truenos y relámpagos y las condenas al fuego eterno? ¿Cómo podemos formar parte de la misma iglesia personas con concepciones tan diferentes de la vida, de la humanidad, de las relaciones y del mundo? Y aún una pregunta más chocante: ¿realmente valen la pena los esfuerzos para mantener la “unidad”, si a la hora de la verdad, a la hora de amar, de perdonar, de incluir, mis hermanos y hermanas de las “filiales súplicas” piensan y hacen exactamente lo contrario que yo y, lo que es peor, lo contrario de lo que creo que Jesús dijo e hizo?

 Las personas que se divorcian lo hacen después de un proceso largo y doloroso, que les lleva a terminar una relación que pensaban y deseaban que fuese para toda la vida. Si después de este dolor algunxs de ellxs pueden rehacer la vida con otra persona, ¿cómo se puede defender que no pueden participar del banquete del amor incondicional que es la eucaristía?

Y por lo que respecta a las familias homosexuales, mi experiencia cotidiana me dice que sólo tienen actitudes de rechazo o de condena las personas que no han tenido la gracia de conocer alguna de estas familias de cerca. Bueno, y algunos obispos, que a pesar de conocernos bien, aún siguen con aquello de que somos contrarios “a la ley divina y a la ley natural”.


Después del Sínodo de la Familia que empieza el 3 de octubre seguiremos hablando de ello. Ojalá no se cumplan mis malos presagios…

jueves, 30 de julio de 2015

UNA FE ADULTA (y 3)


Sigo reflexionando sobre el infantilismo y la desaparición de los chicos y chicas de 15-16 años de nuestras comunidades parroquiales.
Precisamente me ha llegado a las manos un decálogo elaborada hace unos años por el lingüista norteamericano Noam Chomsky: “Lista de las 10 estrategias de manipulación a través de los medios”. Son éstas. Después de cada una y entre paréntesis he añadido lo que me ha parecido un ejemplo de esta estrategia en el ámbito eclesial:

1) La distracción: desviar la atención del público de los problemas importantes, por medio de la técnica del diluvio o inundación de distracciones e informaciones insignificantes. (Algunas celebraciones no son más que un diluvio de distracciones, por no hablar de según qué homilías. ¿Y qué decir de los catecismos, que hablan de todo y a menudo olvidan, e incluso esconden, lo más importante: el amor incondicional, la misericordia sin límites, la inclusión radical del mensaje de Jesús?)

2) Crear problemas y luego ofrecer soluciones, como por ejemplo crear una crisis económica para hacer aceptar como mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos. (Todo el tema del pecado y la redención está directamente relacionado con esta estrategia. Un pueblo de pecadores, hundido bajo un sentimiento de culpa, un pueblo por tanto que fácilmente renuncia a sus derechos y acepta las barbaridades de las jerarquías sin rechistar).

3)     La gradualidad: para hacer que se acepte una medida inaceptable, aplicarla gradualmente, año tras año, tal como se ha hecho con las privatizaciones, la precariedad, el recorte de los sueldos. (Aquí viene como anillo al dedo recordar las intrigas palaciegas de la curia vaticana, una auténtica maestra de la manipulación…)

4)     El diferir: presentar una decisión impopular como “dolorosa y necesaria”, como sacrificio para el futuro. (¿Quién no ha escuchado por boca de una persona piadosa, sacerdote o no, aquello de “llevar la cruz para alcanzar la vida eterna”? Aún recuerdo una homilía muy reciente de un curilla joven que invitaba a renunciar al propio albedrío porque “el papa sabía lo que había que hacer, porque es el vicario de Cristo en la tierra”. ¿Qué chico o chica de 15 años es capaz de escuchar esto y no salir huyendo?)

5)     Dirigirse a la gente como a niños: la mayoría de la publicidad utiliza discurso, argumentos, personajes y entonaciones infantiles, próximos a la debilidad mental. (Citemos aquí algunos “tonillos” que utilizan no pocos curas, y, nuevamente, algunas homilías que parecen dirigidas, efectivamente, a débiles mentales).

6)     Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión, cosa que causa un cortocircuito en el análisis racional y en el sentido crítico de las personas. (Me viene a la mente la película “La pasión de Cristo”, de Mel Gibson, en la que imperaba la víscera, literalmente, por encima de cualquier intento de reflexión histórico-crítica sobre la tortura, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Algunos discursos que se escuchan en nuestras celebraciones, ya sean moniciones, oraciones de los fieles o homilías, abundan en este aspecto emocional que imposibilita una profundización y un avance en la vida espiritual de los que los escuchan).

7)     Mantener a la gente en la ignorancia y la mediocridad, de forma que la distancia ignorante entre las clases inferiores y las superiores sea insalvable para las clases inferiores. (El ejemplo que ponía en el primer artículo de esta trilogía, de aquel profesor de Sagrada Escritura que hacía dos discursos distintos sobre la resurrección de Jesús: uno dirigido a los clérigos en formación y otro dirigido al mal denominado “pueblo fiel”. O la insistencia de algunos curas en el “Jesús dijo” o “Abraham hizo”, cuando todos los estudiosos de la Biblia coinciden en que ni Jesús nunca dijo aquello ni Abraham hubiese sido algo más que un mito).

8)     Estimular a la gente en ser complaciente con la mediocridad.(Una estructura eclesial fuertemente jerarquizada, en la que las bases sólo pueden obedecer sin rechistar, sin reflexionar, sin cuestionar. Unas bases que devienen profundamente mediocres).

9)     Reforzar la auto culpabilidad: hacer creer a la persona que ella sola es la culpable de su desgracia y de sus fallos. (La insistencia en las nociones de pecado, de redención, de reparación en muchos discursos eclesiales favorece la visión de un@ mism@ como indigno, como mediocre, como falto de algo. Lo contrario sería la insistencia en la teología de la bendición original, que insiste en nuestra realidad “bendecida”, positiva, profundamente divina).

10) Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen. (El ejemplo de esta estrategia no puede ser otro que el de las jerarquías y la clerecía en general, que teóricamente ha hecho voto de celibato y que, por tanto, no conoce de primera mano la conyugalidad, pontificando, juzgando y aconsejando sobre sexualidad, amor, matrimonio, familia, pareja y relación padres-hijos)

Chomsky elaboró esta lista pensando en los medios de comunicación, pero yo no he podido evitar trasladarlas al ámbito eclesial. Seguramente que muchos de sus ejecutores en las iglesias no son del todo conscientes del poder manipulador e infantilizador de estas estrategias.


Termino esta trilogía de artículos sobre la fe adulta haciendo un llamamiento para construir comunidades adultas y responsables, que sean un contrapunto positivo a la manipulación que nuestros y nuestras jóvenes encuentran cada día en la calle, en la escuela, en los medios de comunicación, en el grupo o incluso en casa. Hagamos de nuestras comunidades ámbitos de adultez, de reflexión, de sentido crítico, de conocimiento, de coraje. Quizás así nuestros y nuestras jóvenes encuentren razones para permanecer en nuestras comunidades. ¡Quizás así estaríamos anunciando realmente una Buena Nueva!