martes, 7 de abril de 2015

HASTA DARME CUENTA DE QUE SOY VIDA



Un escrito de una amiga de un gran maestro, que comparto. Cuidemos que no nos pase la vida esperando no se sabe qué...

HASTA DARME CUENTA DE QUE SOY VIDA

21 marzo 2015


¿Alguna vez he permitido a la Vida manifestarse en mí tal y como ella es? ¿Alguna vez la he dejado actuar? ¿Alguna vez he escuchado lo que tenía que decirme? ¿Alguna vez he mirado en la dirección que ella me indicaba?

Nunca. Siempre he pretendido llevar el control. Siempre me he creído dueña y señora de mi destino, de mi pasado y mi futuro; y cuando las cosas no salían como yo tenía previsto, me bastaba asumir el papel de víctima y pensaba que esa misma Vida, a la que yo ignoraba, era cruel e injusta conmigo. Yo siempre tenía razón; la Vida siempre estaba equivocada.

Ella no ha dejado de susurrarme, de inspirarme, de reconducirme y yo he estado continuamente dándole la espalda, apartándome de los lugares a los que ella me conducía, como si la sabia fuera yo y la Vida la ignorante.

Así nos hemos pasado casi sesenta años, prácticamente toda una existencia, Ella queriendo mostrarse, yo mirando hacia otro lado.

Y el tiempo se agota, la Vida no puede esperar más, la arena del reloj se desliza y yo sigo sin querer ver, sin querer escuchar y a Ella se le termina su infinita paciencia.

No hay nada más desesperante que un ser humano que se cree poseedor de la verdad, que es incapaz de darse cuenta de que se ha fabricado un sueño y que vive dentro de él confundiéndolo con la realidad.

La Vida me ha hecho muchas advertencias: fracasos, desamores, pérdidas, abandonos, frustraciones, pero a pesar de todo yo he seguido caminando según mis propias reglas, como si supiera a dónde me dirigía, sin darme cuenta de que cada desengaño era una advertencia para cambiar el rumbo, un buen consejo para tomar otro camino.

Ante mi ceguera, ante mi sordera, ante mi tozudez, a la Vida no le ha quedado más remedio que pararme en seco; no le he dejado otro recurso más que el de mostrarse ante mí en toda su crudeza, en toda su fuerza. El cáncer ha sido la única manera de hacerme despertar de este sueño absurdo en el que llevo sumergida toda mi existencia.

El cielo se ha derrumbado sobre mi cabeza y el suelo se ha abierto bajo mis pies y todo ese inmenso artificio que he construido durante casi sesenta años se ha venido abajo, se ha pulverizado.

Me he quedado sola, desnuda, sin nada a lo que agarrarme, sin ningún lugar en el que refugiarme. La Vida me ha obligado a salir de la concha en la que me había escondido, del sueño en el que me había ocultado. La Vida me ha forzado a levantar la cabeza y a mirarla directamente a los ojos.

Pero Ella me ha dado una nueva oportunidad, tal vez la última, un nuevo comienzo, como si hubiera vuelto a nacer pero conservando todo lo experimentado, todo lo aprendido, todo lo sufrido. Como una niña-vieja que puede recordar sus errores y a la que aún le quedan fuerzas para caminar aunque no sepa ni quién es, ni siquiera si habrá algún sendero que recorrer, o será ella quien tendrá que abrirse camino entre la maleza.

Porque ahora todo ha cambiado, desde mi cuerpo hasta mi mente. Nada de lo que antes me configuraba me sirve ya, todo se me ha quedado pequeño, absurdo, inútil.

Sola, desnuda, sin saber quién soy ni en qué creo, sin prestar oídos ni a mi mente ni a mis pensamientos, que ahora sé que solo son un producto de esa mujer que ya no existe, que no es real, al igual que no lo es mi ego ni mi personalidad. Sola, desnuda, en medio de este inmenso desierto de arenas blancas donde no existe ni el norte ni el sur, ni el este ni el oeste, ni el cielo ni la tierra. Sola, desnuda, sin Dioses en los que creer ni a los que orar. Sola, desnuda, rodeada de vacío, de silencio, mientras me doy cuenta de que al fin, por primera vez en sesenta años, me siento VIVA.