martes, 23 de junio de 2015

ANDAR EL CAMINO DE LA VERDAD





"Porque soy libre, no condicionado, total-no una parte, no lo relativo, sino la Verdad total que es eterna, deseo que aquellos que buscan comprenderme sean libres; que no me sigan, que no hagan de mi una jaula que se tornará en una religión, una secta. Más bien deberían liberarse de todos los miedos: del miedo de la religión, del miedo de la salvación, del miedo de la espiritualidad, del miedo del amor, del miedo de la muerte, del miedo de la vida misma. Así como un artista pinta un cuadro porque se deleita en esa pintura, porque ella es la expresión de su ser, su bienestar, su gloria, así hago yo esto, y no porque quiera nada de nadie.

¿Para qué, pues, tener una organización? Como dije antes, mi propósito es hacer que los hombres sean incondicionalmente libres, porque sostengo que la única espiritualidad es la incorruptibilidad del propio ser, que es eterno, que es la armonía entre la razón y el amor. Esta es la absoluta incondicionada Verdad que es la Vida misma. Deseo, por lo tanto, que el hombre sea libre, que se regocije como el pájaro en el cielo claro; libre de toda carga, independiente, extático en esa libertad.

Yo sostengo que la Verdad es una tierra sin caminos, y no es posible acercarse a ella por ningún sendero, por ninguna religión, por ninguna secta.

La Verdad está en cada uno de nosotros; no está lejos ni cerca; está eternamente ahí.

Aquellos que realmente deseen comprender, que traten de descubrir lo que es eterno, sin principio y sin fin, marcharán juntos con mayor intensidad y serán un peligro para todo lo que no es esencial, para las irrealidades, para las sombras. Y ellos se reunirán y se volverán la llama, porque habrán comprendido. Un cuerpo así es el que debemos crear y tal es mi propósito".


KRISHNAMURTI, Discurso de disolución de la Orden de la Estrella de Oriente
(2 agosto 1929).

[Esta Orden había sido fundada en 1911,
para proclamar el advenimiento del Instructor del Mundo].


sábado, 20 de junio de 2015

Una fe adulta (2)

En el artículo anterior daba mi opinión sobre el hecho que los chicos y las chicas suelen abandonar nuestras comunidades a partir de los 15-16 años, relacionando este hecho con la religión mítica infantil que llena nuestras celebraciones y los discursos que se escuchan en ellas.
Muy relacionado con este hecho está la concepción del cuerpo y de la sexualidad. En este caso, esta concepción proviene de escuelas de pensamiento dualista (cuerpo/espíritu) o neoplatónicas que dominaron los primero siglos de nuestra era y que influyeron de forma (desgraciadamente) decisiva en los textos bíblicos, especialmente en los de que denominamos Nuevo Testamento. Desde entonces, pues, arrastramos una sospecha congénita de todo lo que sea cuerpo y material, mientras que lo inmaterial y espiritual concita los aplausos y las alabanzas más unánimes.
Pero el tema no termina aquí, sino que junto con la desconfianza del cuerpo encontramos la desconfianza y la condena de los placeres de los sentidos, como si no formasen parte de la maravillosa creación divina. Hace unas semanas precisamente aún podía oír cómo unos pobres chiquillos de 7 u 8 años renunciaban a “los placeres” como parte del rito de su bautismo, delante de toda la comunidad parroquial en la misa del domingo.
Así pues, yo creo que el abandono de nuestras comunidades por parte de nuestros chicos y chicas de 15-16 años está relacionado también con el rechazo de todo aquello que es corporal y placentero en los discursos que se escuchan en sus celebraciones. Tienen un cuerpo, ciertamente, pero que tienen que “conservar puro” hasta que encuentren a la persona del otro sexo adecuada con quien pueda casarse. ¿Acaso no es terriblemente cruel, en una época de su vida en que descubren su cuerpo y la sexualidad, conminarlos a que lo encierren todo en un cajón hasta que encuentren a la persona con quien formar una familia? ¡Y además que sea del sexo contrario! Y como no se pueden poner puertas al campo, nuestros jóvenes viven el estallido de sus cuerpos y de su sexualidad como una cosa negativa.
Así pues, es perfectamente normal (y yo añadiría que muy sano) que nuestros jóvenes huyan en estampida de un espacio y una compañía en el que son obligados y obligadas a hacer mil filigranas para vivir y disfrutar de sus cuerpos.

Porque los que hemos permanecido en ellos hemos tenido que hacer un proceso largo y doloroso para poder superar esta sospecha sistemática de la obra maravillosa de la creación que son nuestros cuerpos. ¿O no?