En el artículo anterior daba mi
opinión sobre el hecho que los chicos y las chicas suelen abandonar nuestras
comunidades a partir de los 15-16 años, relacionando este hecho con la religión
mítica infantil que llena nuestras celebraciones y los discursos que se
escuchan en ellas.
Muy relacionado con este hecho
está la concepción del cuerpo y de la sexualidad. En este caso, esta concepción
proviene de escuelas de pensamiento dualista (cuerpo/espíritu) o neoplatónicas
que dominaron los primero siglos de nuestra era y que influyeron de forma
(desgraciadamente) decisiva en los textos bíblicos, especialmente en los de que
denominamos Nuevo Testamento. Desde entonces, pues, arrastramos una sospecha
congénita de todo lo que sea cuerpo y material, mientras que lo inmaterial y
espiritual concita los aplausos y las alabanzas más unánimes.
Pero el tema no termina aquí,
sino que junto con la desconfianza del cuerpo encontramos la desconfianza y la
condena de los placeres de los sentidos, como si no formasen parte de la
maravillosa creación divina. Hace unas semanas precisamente aún podía oír cómo unos pobres
chiquillos de 7 u 8 años renunciaban a “los placeres” como parte del rito de su
bautismo, delante de toda la comunidad parroquial en la misa del domingo.
Así pues, yo creo que el
abandono de nuestras comunidades por parte de nuestros chicos y chicas de 15-16
años está relacionado también con el rechazo de todo aquello que es corporal y
placentero en los discursos que se escuchan en sus celebraciones. Tienen un cuerpo,
ciertamente, pero que tienen que “conservar puro” hasta que encuentren a la
persona del otro sexo adecuada con quien pueda casarse. ¿Acaso no es
terriblemente cruel, en una época de su vida en que descubren su cuerpo y la
sexualidad, conminarlos a que lo encierren todo en un cajón hasta que
encuentren a la persona con quien formar una familia? ¡Y además que sea del
sexo contrario! Y como no se pueden poner puertas al campo, nuestros jóvenes
viven el estallido de sus cuerpos y de su sexualidad como una cosa negativa.
Así pues, es perfectamente
normal (y yo añadiría que muy sano) que nuestros jóvenes huyan en estampida de
un espacio y una compañía en el que son obligados y obligadas a hacer mil
filigranas para vivir y disfrutar de sus cuerpos.
Porque los que hemos
permanecido en ellos hemos tenido que hacer un proceso largo y doloroso para
poder superar esta sospecha sistemática de la obra maravillosa de la creación
que son nuestros cuerpos. ¿O no?
¡Que difícil reconciliarse con la naturaleza de cada uno! Desde bien pequeños se nos enseño a huir de "las tentaciones". Algunas biografías de santos nos acercaban mas a la esquizofrenia que a al conocimiento de Dios.
ResponderEliminardurante muchos años me acompañó la confusión tras abundantes visitas al confesionario por "pecados contra la pureza". Y al mismo tiempo la duda de si Dios estaba siempre tan pendiente de un musculo en concreto.
No podemos odiar nuestra naturaleza, obra maestra de Dios.
Un abrazo