sábado, 20 de junio de 2015

Una fe adulta (2)

En el artículo anterior daba mi opinión sobre el hecho que los chicos y las chicas suelen abandonar nuestras comunidades a partir de los 15-16 años, relacionando este hecho con la religión mítica infantil que llena nuestras celebraciones y los discursos que se escuchan en ellas.
Muy relacionado con este hecho está la concepción del cuerpo y de la sexualidad. En este caso, esta concepción proviene de escuelas de pensamiento dualista (cuerpo/espíritu) o neoplatónicas que dominaron los primero siglos de nuestra era y que influyeron de forma (desgraciadamente) decisiva en los textos bíblicos, especialmente en los de que denominamos Nuevo Testamento. Desde entonces, pues, arrastramos una sospecha congénita de todo lo que sea cuerpo y material, mientras que lo inmaterial y espiritual concita los aplausos y las alabanzas más unánimes.
Pero el tema no termina aquí, sino que junto con la desconfianza del cuerpo encontramos la desconfianza y la condena de los placeres de los sentidos, como si no formasen parte de la maravillosa creación divina. Hace unas semanas precisamente aún podía oír cómo unos pobres chiquillos de 7 u 8 años renunciaban a “los placeres” como parte del rito de su bautismo, delante de toda la comunidad parroquial en la misa del domingo.
Así pues, yo creo que el abandono de nuestras comunidades por parte de nuestros chicos y chicas de 15-16 años está relacionado también con el rechazo de todo aquello que es corporal y placentero en los discursos que se escuchan en sus celebraciones. Tienen un cuerpo, ciertamente, pero que tienen que “conservar puro” hasta que encuentren a la persona del otro sexo adecuada con quien pueda casarse. ¿Acaso no es terriblemente cruel, en una época de su vida en que descubren su cuerpo y la sexualidad, conminarlos a que lo encierren todo en un cajón hasta que encuentren a la persona con quien formar una familia? ¡Y además que sea del sexo contrario! Y como no se pueden poner puertas al campo, nuestros jóvenes viven el estallido de sus cuerpos y de su sexualidad como una cosa negativa.
Así pues, es perfectamente normal (y yo añadiría que muy sano) que nuestros jóvenes huyan en estampida de un espacio y una compañía en el que son obligados y obligadas a hacer mil filigranas para vivir y disfrutar de sus cuerpos.

Porque los que hemos permanecido en ellos hemos tenido que hacer un proceso largo y doloroso para poder superar esta sospecha sistemática de la obra maravillosa de la creación que son nuestros cuerpos. ¿O no?

1 comentario:

  1. ¡Que difícil reconciliarse con la naturaleza de cada uno! Desde bien pequeños se nos enseño a huir de "las tentaciones". Algunas biografías de santos nos acercaban mas a la esquizofrenia que a al conocimiento de Dios.
    durante muchos años me acompañó la confusión tras abundantes visitas al confesionario por "pecados contra la pureza". Y al mismo tiempo la duda de si Dios estaba siempre tan pendiente de un musculo en concreto.
    No podemos odiar nuestra naturaleza, obra maestra de Dios.

    Un abrazo

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