El obispo de Roma decía a los religiosos y religiosas de Cuba: "Donde hay misericordia está el espíritu de Jesús. Donde hay rigidez hay sólo sus ministros ". Esto era domingo 20 de septiembre.
El día antes tuve el placer de participar en la celebración de la bendición de la nueva abadesa del monasterio de Sant Benet, en Montserrat. Ya desde antes de empezar saltaba a la vista la diferencia entre las monjas, por un lado, y los curas que iban llegando para concelebrar. No diré misericordia, pero si proximidad, espontaneidad y acogimiento cálido por parte de las monjas. Y una cierta rigidez y envaramiento por parte de los hombres.
En el presbiterio de Montserrat se hizo patente nuevamente la imagen que dio la vuelta al mundo, cuando el anterior obispo de Roma presidió la consagración de la Sagrada Familia: un numeroso grupo de hombres de edad provecta adornados con todo tipo de signos de poder (gorras, sombreros, vestidos largos y llamativos, bastones ...) y las mujeres, que oportunamente vestidas de negro, aparecieron para servir, para limpiar el altar del aceite que había derramado el señor mayor más poderoso.
Es verdad que las mujeres en Montserrat ocupaban mayoritariamente el coro y el presbiterio, pero su papel fue de testigos pasivos de lo que ejecutaron los hombres. ¡Y los gestos! La nueva abadesa se postró a los pies del obispo y le prometió obediencia. Sin sumisión no había bendición. Una buena amiga teóloga me hacía notar al salir que los únicos que ocuparon el espacio y caminaron procesionalmente fueron los hombres, y las tres monjas, que a mí me hicieron la impresión de avanzar hacia el patíbulo. Las otras mujeres, la comunidad a la que debía servir la abadesa, esperaron sentadas en su lugar. No sea que ocuparan demasiado espacio simbólico si llegaban en procesión (eran más ellas que los hombres).
El futuro es mujer. El futuro de la iglesia también. Los hombres haríamos bien en abandonar las dinámicas de poder, las rigideces y los envaramientos, que ya hemos visto qué resultado han dado, al mundo y a la iglesia. Miremos la fuerza de la proximidad, la ternura, la calidez y la acogida profunda que nos ofrecen las mujeres. Y, como dice la regla de San Benito, todos juntos, "con el corazón ensanchado, corramos por la vía de los mandamientos de Dios en la inefable dulzura del amor".